Tienes que leer (VI): Ajedrez para un detective novato, de Juan Soto Ivars

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Estaba yo en la sala de espera del dentista una mañana y después de culturizarme con la prensa del corazón, saqué un libro (librazo, realidad) del bolso. No recuerdo muy bien por qué llevaba yo en mi capaza casi cuatrocientas páginas pero el caso es que no acabé el día ni con dolor de espalda ni con dolor de muelas, sino con dolor de tripa, de ese que te daba cuando tenías que reírte por lo bajini en clase para que no te expulsaran. Y no, no es que creyera que me fueran a echar del dentista pero no quería que me tacharan de loca que llora de la risamientras lee una novela que nada tiene que ver con las andanzas de Kiko Rivera en el ¡Hola! A lo mejor tú no acabas con lágrimas en los ojos, yo es que soy muy de llorar cuando me da larisa tonta, pero tranquilo te aseguro que reírte, te ríes. Y mucho. Y bien.  Y lo más importante: con un murciano.

¿No te lo esperabas eh? Un murciano que escribe que te cagas y que además te hacer reír antes de que te saquen las muelas. ¿Qué más quieres, acho? Juan Soto Ivars se llama el chico y Ajedrez para un detective novato (Algaida, 2013) es su última novela. No ha llegado a los treinta pero no para de dar el follón escribiendo para que nos demos cuenta de que el talento le sale a raudales en este loco mundo de las palabras encadenadas. La cosa va de detectives, sí, novela negra de esa en la que hay asesinatos, asuntos turbios, escenas de crímenes imperfectos, gabardinas beige y chicas con secretos.

Y a pesar de que la historia engatusa y está pensada y escrita al detalle, lo que acaba por dejar en jaque a la reina es toda la parafernalia a la que Soto da rienda suelta cuando escribe. Tiene una voz propia inimitable pero es que, además, ha dado con el tono que mejor le va. La novela anda sola porque está entonada, está borracha de ironía y de humor. Parece, de hecho, que se ha bebido unos cuantos gintonics de pimienta y sátira y está en su mejor momento. Se ríe hasta de su padre. El novato que nos cuenta su vida es un negro (preguntadle por las ventas del libro de Belén Esteban) que lleva una vida tranquila y sosegada junto a sunovia ninfómana de dieciséis años. No desvelaremos cómo ni por qué pero acaba envuelto en una espiral de juegos de ajedrez, estrangulamientos de prostitutas y enseñanzas detectivescas a manos de un tal Lapiedra. Para enseñarnos todo este enredo, Soto nos lleva de la mano por el burdel en que se ha convertido esta España nuestra de charanga y pandereta hablándonos de tú a tú, sin reparos ni vergüenza, sin pelos en la lengua. Porque la verdad, con cachondeo, entra.

Así que, adelante, léete Ajedrez para un detective novato, ríete, descojónate, que no hace daño a nadie pero no pierdas de vista lo que está escrito. Pensarás a ratos que este rubiales con aires de Kurt Cobain te está tomando el pelo. Nada más lejos de la realidad. Se está comiendo todas tus figuras a fuerza de distracciones y carcajadas, te está dejando sinpeones y sin caballos despistándote con lujurias y palabras bonitas y se comerá a tu reina si no te das cuenta de que, en realidad, estás ante una novela de las buenas.

Ilustración de Inma Frutos

[Publicado anteriormente en C´mon Murcia!]

Tienes que leer (VI): Ajedrez para un detective novato, de Juan Soto Ivars

Tienes que leer (III): Za Za, emperador de Ibiza, de Ray Loriga

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Es domingo por la tarde, hace un calor insoportable y Series.Ly te recibe con esa graciosa imagen del bicho ardiendo. Decides echarte un rato a leer y te encuentras con un libroestrambótico que te hace pasar del estado “odio a muerte los domingos” a “ojalá le quedaran horas a este maldito día”.  Za Za, emperador de Ibiza (2014, Alfaguara) es ese libro.

Si te has hecho mayor leyendo a Ray Loriga (1967) y Héroes o Caídos del cielo son algunos de los libros más subrayados de tu estantería, ¡cuidado!. Aquí vas a encontrar poco de ellos y del Loriga de antaño. Pero él no miente, dice que se ha cansado de aquel escritor que había soñado ser. Ya no es un jovencito y no se droga. Tiene hijos y los lleva al parque. Y a pesar de ello, sigue escribiendo. Y, oye, lo hace bien. Ha querido reírse de todo y de todos y ha escrito una novela disparatada con la que, evidentemente, acabas riéndote hasta tú.

Un camello retirado en la isla de Ibiza. Un cincuentón que viste bien y que desayuna café, cerveza y periódicos deportivos. Un antiguo vividor satisfecho de lo que hizo para conseguir el sosiego y la cotidianeidad de la que ahora disfruta. Zacarías Zaragoza Zamora: Za Za. Hasta aquí todo muy normal pero en pocas páginas empiezan a sucederse una serie de acontecimientos y de estrafalarios personajes que marcan lo que será el ritmo elocuente, divertido y maduro de esta novela de apenas unas breves doscientas páginas donde nos encontramos nada más y nada menos que un ex-camello emperador.

La mejor droga de la historia –esa que nos hace felices sin serlo- se llama como nuestro protagonista. También el barco más grande del mundo –ese que hasta tiene un criadero de pelícanos- tiene el nombre de ZAZA. ¿Acabará la última palabra del abecedario dominándolo todo?

Monos felices. Neurocientíficos locos. Labilidad emocional. Orgías. Zoofilia. Ingredientes sugerentes que Loriga combina como buen barman para obtener una novela inteligente e irónica donde lleva a cabo una revisión sobre la “felicidad vacía” que nos regalan las drogas, el lujo y el poder –legales y letales-.

“El mono no se tronchaba, el mono se descojonaba, se partía la caja, era el saco de la risa, el Michael Jordan de la juerga, el bajo el volcán de la euforia, el Himalaya del reír, el sherpa de la felicidad, el santo grial del me lo paso estupendamente, la muerte en Venecia de la gracia, el gran Gatsby del cachondeo, los hermanos Karamazov de la alegría. Era feliz el pobre animal, qué más quería.”

Quizá Ray Loriga (ese escritor al que todos quisimos por hablarnos de tú y por ser tan guapo –a qué negarlo-) ya no sea el mismo. Pero es que nosotros tampoco somos ya esos chavales. Así que para qué juzgarlo, si además de contar buenas historias sigue siendo el más atractivo de los escritores.

Ilustración de Inma Frutos

[Publicado anteriormente en C´mon Murcia!]

Tienes que leer (III): Za Za, emperador de Ibiza, de Ray Loriga

Entrevista a Alberto Olmos: “Hay que defender lo literario mientras podamos”

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Alberto está cansado, tiene algo de sueño y le queda solo un pitillo que fuma incluso antes de que la entrevista empiece. Olmos está empezando a cansarse de la vida, va perdiendo sueños y quiere fumar. Alberto Olmos, Juan Malherido para los amigos, vino el jueves pasado a esta ciudad de provincias llamada Murcia a presentar Alabanza, una novela que guarda preguntas tan ambiciosas como “¿Qué era realmente amar a alguien?” O “¿Qué significa leer?”, una novela que las responde concienzudamente a través de una escritura que roza las cimas de la perfección. Me viene a la cabeza la palabra honestidad y es esa y no otra la que utilizaría para definir a este escritor de novelas y de vida. A bordo del naufragio, Trenes hacia Tokio, Ejército enemigo y ahora, Alabanza, son novelas ya imprescindibles para trazar la historia de la literatura española última. Olmos (Segovia, 1975) es honesto en su acepción de razonable y justo; honesto en su acepción de honrado. ¿Qué más deberíamos pedirle a alguien que escribe? ¿Buena literatura? La mejor.

Aquí hablamos de la vida en el pueblo, de amor, de muerte literaria, de postureo, también de libros. Y si bien es cierto que no puede ocultar cierto pesimismo tras los cristales de sus gafas, solo hay que observarlo y escucharlo con detenimiento para saber que su pasión son las palabras. Solo hace falta leerlo para darse cuenta.

¿Qué le debías a la literatura para escribirle esta alabanza?

¿Qué le debía? Joder, qué pregunta. Pues no te podría contestar, la verdad. El qué le debía a la literatura no es mi punto de partida pero sí que tiene algo de deuda este libro. En términos de deuda, tenía una con mi pueblo. Origen es origen, mi pueblo, un pueblo de mil habitantes que aunque suene en mi primer libro un poco, en realidad, en todos mis libros he sido, como los de mi generación, muy urbanita, muy de mirar hacia lo lejos, sobre todo a Nueva York, vivimos tan acomplejados, tan paletos… y tenía ese material de mi infancia y adolescencia en un pueblo y quería saldar esa deuda escribiendo sobre algo que no había escrito antes y tampoco algo que se esperara socialmente. Y ya que me puse, como estoy metido en el mundo literario desde 2006, son ocho años en el mundo de los libros, tenía ese tema en la cabeza. La literatura al hilo de los últimos informes o datos: se vende menos, se lee menos, se piratea, está en crisis… me imaginé que podía estar cercano a una especie de final o un cambio muy brusco, sobre todo porque a mi edad, mis amigos tienen hijos y los ves con tres años manejando tabletas y es complicado pensar que esos niños van a leer libros, realmente no lo creo porque el libro es muy aburrido y leer es un coñazo de cuidado, “titular”, no lo pongas de titular, por favor. Creo que leer conlleva un esfuerzo exagerado. Lo veo mal para la literatura. Así que no tenía ninguna sensación de deuda con la literatura, pero sí que me apetecía explorar lo literario que hay en la vida cotidiana, incluso sin mundo literario que lo soporte, ni libros ni editores, ni nada, porque si te das cuenta, nos relacionamos con palabras y, en muchas ocasiones, esas palabras que utilizamos en la vida tienen una retórica, una intención de cautivar. Me apetecía, por eso lo de alabanza, reconocer que la literatura, incluso desapareciendo el mundo editorial, es una forma de comunicación fundamental entre las personas.

Presentación Alberto Olmos en Murcia. Alabanza

En 2019 la literatura tal y como se conocía en 2013 ha muerto. Pero hay un atisbo de esperanza cuando dices que la necesidad de su consuelo permanecía. ¿Aunque muera, volveremos a ese regazo, es hueco cálido como si fuera el de un padre?

Pues yo creo que no. Si por un casual se cumple la profecía, no volveríamos. Mi libro no tiene intenciones proféticas, no creo que estemos tan mal como para que desaparezca la literatura. La propia novela no se puede comparar con la ópera o con el ballet: ni tú ni yo ni nadie asistimos todos los días a la actualidad del ballet, no sé quién baila hoy o mañana. Sin embargo, en los libros hay una actualidad constante, la literatura existirá, al menos, hasta que muera mi generación. Sí es cierto que si se pierden sitios y, de repente, como se dice en el libro, no hay librerías, no creo que luego las vaya a haber: si se consumiera solo por dispositivos electrónicos, si desaparecieran las editoriales pequeñas… sería difícil de recuperar. Seguramente no haya posibilidad de recuperación y de reconquista si se pierde todo, por tanto, hay que defender lo literario mientras podamos. Quiero decir que si alguien tiene hijos que les dé un libro de vez en cuando, si es que le gusta leer y comprar y leer libros. Hay un artículo en Internet que puedes buscar si quieres, ahí estaba más despejado, que se llama Una cierta militancia, donde lo veía claro. En el mundo literario, coincides en una presentación con otros escritores de tu edad, más jóvenes, más viejos y, a veces, resulta fascinante darte cuenta de que nadie ha leído nada. No hay un interés ni entre nosotros por ver qué ha publicado el otro. Hay muchos autores que viven de una cosa muy autosuficiente que es “yo me leo a los clásicos”, y “me leo los libros por obligación de mis amigos”. No hay curiosidad. Creo que solo somos unos cuantos, por ejemplo, Miguel Ángel Hernández, me consta, porque en su Twitter lo dice todos los días, lee casi todo lo nuevo, yo también, Sergio del Molino… pero hay una mayoría, sobre todo de autores mayores a los que les da igual lo que se escriba. No leemos revistas literarias, solo cuando salimos en ellas. Mis amigos me lo dicen, solo compro Qué Leer cuando salgo yo. Y así todo. Tampoco se compran libros porque date cuenta de que tus amigos o interesados te mandan los libros gratis, tu sello te suele mandar sus libros… así que la función del escritor es siempre en resta: no compra libros, no compra revistas, no lee. Un poco extraño. En ese sentido habría que favorecer más, ahora que están tan de moda las acciones sociales, acciones a favor de la literatura, cosas tan sencillas como, por ejemplo, todos estos libros que recibimos y que también reciben los periodistas que acaban en la Cuesta de Moyano, es decir, en tiendas de segunda mano, es decir, que los venden, se podrían donar a las bibliotecas, que luego nos quejamos de que las no tienen fondo para novedades.

¿Qué significa leer?

¿Eso es porque lo pregunto yo, no? Leer es complicado. Cuando uno escribe, y sobre todo si escribe mucho, si publica y es leído, esa es la actividad que lo define y, en cierta manera, se antepone a su primera actividad que es leer. La actividad fundamental es leer en esto de la literatura y la única manera de aprender a escribir es leyendo. Cuando uno lee cuando escribe, lo hace buscando una cosa muy específica. Si me pongo a leer un libro y no tiene nada que ver con lo que hago y no me vuelve loco, termino leyéndolo en diagonal, pasando páginas porque no puedo leer enteros todos los libros. Así que solo leo con muchísimo interés, por un lado, los libros que aportan algo a mi escritura o los libros que me gustan muchísimo como el de Eloy Tizón, Técnicas de iluminación. Son libros que leo para recuperar la pureza del lector. Entre los libros de las bibliotecas, los que me dan, los que compro… tengo pilas y pilas de libros y me cuesta mucho centrarme y disfrutar de un libro, que es lo que realmente hay que hacer. Y leer… ¿qué significa? Yo, en el fondo, tengo la respuesta antipática para el mundillo: toda lectura tiene que ser un puro entretenimiento. Eso es lo que a veces no se considera en el sentido extenso porque tú piensas, ¿best-seller o la literatura minoritaria y exigente? Pero en el fondo, no hay mucha diferencia entre ambas. Cuando alguien lee a María Dueñas y se lo pasa bien, lo que recibe es exactamente lo mismo que cuando alguien lee a Thomas Bernhard. Aunque parezca que no, son simplemente, modos de entretenerse diferentes. No es que 50 Sombras de Grey sea un entretenimiento y lo otro sea conocimiento y sabiduría porque, en realidad, no hay ningún conocimiento ni sabiduría en leer a Becket, lo único que ocurre es que te entretienen cosas más o menos complejas. El entretenimiento no es complejo, es complejo el juguete con el que estás jugando, es tiempo de ocio. Se lee para ocupar el tiempo y por eso la lectura tiene que ser placentera. No hay tanta trascendencia en el hecho de leer.

Has escrito una suerte de carta de amor a la literatura pero no al mundo literario. Una carta al amor, que no al enamoramiento. ¿Lo hemos entendido todo mal?

No sé si hay tanto elogio a la literatura en sí. Básicamente quiero reflejar que la literatura es, en última instancia, una forma de comunicación íntima e imprescindible. A fin de cuentas, hay momentos en los que uno tiene que decir algo a otra persona y cuando se trata de cosas complejas, como ocurre en este libro, la literatura puede ser la mejor forma de filtrar las confidencias. Creo que el elogio mayor a la literatura, con perdón, es el propio libro, que está, a mi juicio, escrito con mucho mimo y estructurado con mucha intención. Son los materiales del propio libro los que reflejan mi modo de entender la literatura y mi modo de valorarla así como los lectores que quiero tener. Quiero tener exactamente los mismos lectores que Eloy Tizón, porque su literatura es como caviar. A lo mejor a muchos lectores lo de Eloy Tizón les parece demasiado lírico, pero lo que quiero decir es que quiero justamente esos lectores, en el sentido de que leyendo a Eloy Tizón, me sentía que estaba haciendo algo útil: estaba allí leyendo ese libro y era lo mejor que podía hacer en ese momento. Tenía que leer palabra por palabra porque cada una estaba escrita con mucho cariño, con mucho sentido rítmico. Quiero ese lector, el que se concentra y lee con tranquilidad. Las mayores alabanzas a la literatura se deberían hacer mediante la crítica, ese es el vehículo idóneo. He escrito muchos post sobre libros y tengo conciencia de que cuando escribo un post en el que se nota que me ha encantado el libro y donde hablo con pasión, transmite que he leído un libro y que me ha encantado de una manera muy efectiva y a la gente le da ganas de leer cuando lee ese tipo de post. En la crítica tradicional de los periódicos se ve poca pasión y pocas ganas de descubrir libros nuevos, es todo muy funcionarial. Y luego, el enamoramiento y el amor… es uno de los temas de libro, quería impugnar la pareja contemporánea que es la pareja, no sé yo si eterna, de 14 de febrero, de cenas, de clichés, de esta necesidad de autoengañarse y no reconocer algo tan obvio como que las parejas son casuales y una conveniencia agradable. Es una idea que tuve con quince años, como todo el mundo, y la explora Javier Marías en Los enamoramientos como si tuviera quince años. Yo procuro no ahondar en la obviedad desarrollando una pareja que es consciente de no estar enamorada en el sentido del anuncio de Coca-cola. A mí me llama mucho la atención, es algo muy Paul Auster, por desgracia. Por ejemplo, si tú tienes un hijo y a los 20 años hace una beca Erasmus en Holanda, Francia o donde sea, las posibilidades de que se eche novia y se quede a vivir en ese lugar para siempre y tengas nietos mitad holandeses, son elevadísimas. Date cuenta de lo tonto que es el amor. Tú mandas a tu hijo a estudiar al otro lado del mundo y es muy probable que vuelva con una novia que ni siquiera es holandesa. Es pura casualidad. Si lo mandas allí va a encontrar a la persona de su vida pero también la encontrará en cualquier otro sitio. Es demasiado obvio como para dejarnos engañar, hay muchas personas que nos encajan y es eso lo que trato de contar en este libro.

Alabanza. Interior

Postureo, famoseo, márketing… La literatura muere. ¿Solo tiene eso la culpa?

Cuando entro en estos temas me lo recuerdan para siempre, como cuando dije que no me sentía escritor si solo me leían quinientas personas. Pero es una obviedad, porque quinientas personas conocemos todos, en Facebook ya los tienes, incluso muchos más. Date cuenta de la cantidad de librerías, Cortes Ingleses, Fnacs que hay… si todo esto lo montamos para que al final solo lean el libro quinientas personas o incluso menos, parece un poco absurdo y la gente no se lo acaba de creer. Lo que me ha fascinado del mundo editorial desde que llegué es cómo el ciudadano medio no tiene ni idea de las cifras que se manejan en el mundo editorial. Se cree que todos los escritores venden millones de libros y no ha conciencia de que los libros se venden por cientos, incluso en los sellos como en el que yo estoy ahora,Random House, o en Seix Barral. Es más probable que en Lengua de Trapo se vendan ciento tres ejemplares pero esos cientos de ejemplares son un poco desoladores porque como le diría yo a uno que me criticó por decir esto, “para eso le mandas a tus amigos la novela por mail y no molestas a nadie ni malgastas papel, ni generas burbuja”. Si tu ambición en esta vida es que te lean doscientas personas, mándales el libro por mail. Uno cuando entra en el mundo editorial sueña con eso, con una lectura amplia, no por el dinero ni por la vanidad, sino porque estamos haciendo una obra pública. Y cuando dije quinientos quise decir exactísimamente quinientos, que te lean cinco mil me parece muchísimo, a la gente normal le parecería ridículo porque cinco mil personas van a un concierto, de, por ejemplo, Miley Cyrusen Madrid el otro día, y una película, si va bien, en España la pueden ver seis millones de personas. Son unas cifras ridículas para algo que es producido en serie y no es un coche que valga dieciocho mil euros: los libros cuestan quince o dieciséis euros. Es extraño. Lo que me ha hecho gracia y es lo que he contado en la novela es cómo, cuando entras en el mundillo, hay un pacto tácito de que no hay que contar estas cosas. Enseguida todo el mundo asume que hay que defender la posición social de la literatura. Está socialmente muy bien considerada pero los escritores se conjuran para defender una nebulosa, un engaño, “se vende, sí, mucho, primera edición, segunda edición…”, Me da la sensación de que eso no es bueno para la literatura, el autoengaño constante y el hecho irónico de que se lea mucho más una entrevista a un escritor que su propia novela, una reseña sobre ese libro mucho más que el propio libro. La contribución de la burbuja literaria a la muerte de la literatura que ya te digo que no es profética ni es en serio, es intuitiva y quizá higiénica para decir “fíjate si no existiera todo esto…”. Es complicadísimo encontrar a un columnista, un escritor que se levante un día, vaya a una librería y como un lector normal, vea un libro y por la portada, el argumento y el hojearlo, lo compre, lo lea y al día siguiente escriba que le ha gustado mucho. En el mundo literario todo es como dice el refrán castizo, “no dar puntada sin hilo”. Los grandes de nuestra literatura, a excepción de Vila-Matas que es un tío muy simpático, Antonio Muñoz Molina, Javier Marías… nunca dicen nada bueno de un libro escrito por un español joven. Nunca van a compartir sus lectores. Nunca sucede y si sucede es porque son amigos.

Has dicho que esta es tu novela más ambiciosa. Es la más larga y en ella todo es origen. También has dicho que has escrito ahora por si acaso no pudieras hacerlo dentro de unos años. ¿No te habrás cansado de escribir o es que de verdad crees que la literatura va a morir?

Es complicado porque cuando uno habla de sus propias obras, siempre queda muy feo lo que digas pero, en realidad, creo que ha sido la que me ha quedado mejor y la que recomendaré en el futuro a alguien que no haya leído nada mío, le diré “Lee Alabanza, luego Trenes hacia Tokio y luego ya lo que quieras.” Admiro que con sesenta años alguien escriba novelas porque es un esfuerzo enorme. Escribir un cuento me parece mucho más fácil, escribir incluso diarios, memorias, ensayos… pero escribir una novela es darle una tecla y saber que tienes por delante un año y pico de enloquecimiento, porque puedes tener una idea muy buena para una novela pero cuando llevas meses y meses y horas y horas con el mismo chiste, ya no le ves la gracia. ¿Qué importancia tiene un libro? Tenía que ponerme con un libro que superara los límites de extensión y de complejidad formal de los libros que he hecho hasta ahora porque si pasan otros diez años a lo mejor cuando tenga cincuenta escribo millones de libros extensos y de todo tipo pero me voy cansando. La vida ya te cansa y con cuarenta años ya estás harto de muchas cosas y el mundo editorial desgasta mucho. Ahora estaba en el punto óptimo para ganar el mundial. Pero si luego te pones a ganarlo como este año pues…

Acompañamos a los protagonistas en su ida y vuelta al pueblo. ¿Por qué ir y volver pero no quedarse? ¿Porque no hay Internet?

Eso es puramente narrativo. Por un lado porque ellos viven en la gran ciudad, tienen allí su vida y sus cosas y no se me ocurrió que pudieran quedarse y por otro lado, estructuralmente estaba ya pensado esta cosa especular de la ida y la vuelta, con tres partes en medio, entonces no podía narrativamente hacer que ellos se quedaran allí.

¿Y tú volverías?

Curiosamente, cuantos más años tengo más aprecio le tengo a los pueblos, como le pasa a todo el mundo. ¿Lo malo de la vida sabes qué es? Que los padres siempre tienen razón. Es acojonante. Piensas “el pueblo, qué puto coñazo” pero al final no, no hay que ir en coche a todos sitios, todo vale cuatro duros… así que no descarto pudrirme en el pueblo.

Alberto Olmos

Sebastian se cree el espejismo del sexo, de la literatura y probablemente, del amor. ¿Hemos creído por encima de nuestras posibilidades?

Lo del amor y el sexo es más social, pero la literatura es más de clase. En esta sociedad cuando uno quiere ser actor, cantante, futbolista, solo ve lo bueno pero, en realidad, debe ser un infierno llegar a serlo, deben tener una cantidad de cosas súper turbias. Ese es el problema de los iletrados o de los que no son intelectuales ni periodistas, cuando llegamos al mundo de las letras nos parece increíblemente diferente a como lo veíamos antes, a lo que nos habían prometido. Todo el mundo está proyectando imágenes positivas sobre todo, sobre el mundo del arte, de la universidad y luego todo es bastante más imperfecto de lo que parece. Eso fue un poco lo que me pasó a mí y lo que traslado al personaje de Sebastian.

El amor adulto. El antiromántico. El antienamorado. El azaroso. El de la misma ceniza hecha de colillas distintas y las cerdas enredadas de los cepillos de dientes. ¿Ese es el verdadero amor? ¿Es que el que de verdad existe? ¿El que no es ficción?

Si suponemos que esto es una novela sobre amor, la pregunta sería ¿por qué has hecho una novela de amor? y yo respondería “porque quería escribir sobre algo sobre lo que no supiera nada”. En ese sentido hay algo de eso, pero no he llegado a ninguna conclusión, la verdad. El amor es una palabra tan tan tan socialmente distribuida que es difícil pronunciarla y no decir cosas que no estás queriendo decir. La pareja, como decía, el de La naranja mecánica,Anthony Burgess, “el matrimonio es una disciplina”. Tengo una imagen bastante poco romántica de convivir. Evidentemente hay algo que puedes llamar, si quieres, cariño, en mi experiencia claro, pero todo esto del amor es bastante… se me queda un poco grande. Estoy con Burgess en que hay un punto de disciplina y de fuego lento en lugar de fuegos artificiales, que es una sensación más extensa que intensa porque estamos hablando de parejas que duran, la del libro se supone que lleva diez años pero yo no he estado diez años con una chica en mi vida, ¿sabes?

¿Cómo sería Alabanza si el protagonista hubiera sido Belle y no Sebastian?

En principio no. Tengo una novela narrada por una mujer que es Tatami, una protagonizada por dos mujeres que es El Estatus y esta novela es bastante autobiográfica, es mi pueblo, es mi recorrido por el mundo literario y nunca se me hubiera pasado por la cabeza que la protagonista pudiera ser una mujer. Creo que hay que escribir sobre lo que uno conoce de primera mano, luego también hay que experimentar, pero que fuera una mujer en esta historia era imposible porque era todo demasiado recuerdos míos, ideas y cosas muy mías y cambiando el género de la protagonista ya no funcionaría, no sería lo mismo.

En Alabanza hay cientos de referencias al mundo de la música, el cine, la fotografía y la literatura. ¿Alabamos la cultura como se merece?

Sí. Realmente hay un montón de gente a la que le gusta mucho la cultura, incluso ahora, las series de televisión son cultura. Somos una masa importante la que consume cultura y la difunde. Puede que la literatura se esté quedando atrás porque la tecnología no se alía bien con ella. La tecnología más cultural suele ser ocio compartido. Solemos ver series con alguien, o vemos las películas solos y comentamos en Twitter, ese ocio compartido no se puede hacer con la literatura porque no se puede leer y estar hablando con alguien, porque no hay lecturas simultáneas. El libro es muy aburrido si no se le pueden poner links o fotos… Tecnología y literatura no se entienden bien. Eso lo dijo Franzen hace diez años y si lo dijo él, que tiene un campo de pruebas y paisaje cultural en Estados Unidos que está siempre más adelantado que nosotros… Dijo que estaba notando que hacía décadas que no salía un escritor en la portada del Times, que ya no salían tantos escritores en los periódicos, que había perdido presencia y peso en la sociedad la escritura y la literatura y eso pasa también en España y en todas partes.

Hace unos meses Michel Houellebecq, al que también mencionas en la novela, estuvo en Murcia y dijo que la ecuación era fácil: o vivir o escribir. ¿La solución es tan sencilla?

¿Es muy feo no? Bueno hay escritores que tienen vidas estupendas, que se pegan unas juergas de cuidado, normalmente pagadas por el estado español, viajes por todo el mundo y sexo en hoteles de cuatro estrellas con las fans o las organizadoras del evento así que depende de lo que llames vivir. Me parece que es un pensamiento adolescente y a mí Houellebecq me gusta y me interesa. Sí que es verdad que con veinte años, en lugar de irte de cañas con los amigos que no tienes, te quedas en casa escribiendo sobre los amigos que no tienes, pero según pasa la vida, no creo que con cuarenta años no puedas escribir y hacer una vida normal. No hay ninguna interferencia o suplantación.

¿Era todo verdad? ¿Era todo literatura? ¿Era la literatura verdad? ¿El amor era esto? ¿La vida iba en serio? ¿O todo era una broma, o un prejuicio o una mentira?

Joder, vaya resumen. Eso lo podrías poner en la faja del libro. La verdad es que me hace gracia una de las preguntas, “la vida iba en serio”. Hay muchas cosas en el libro que, evidentemente, las he vivido, pero da igual porque en el momento en el que haces un libro ya está todo ficcionalizado. No entiendo esos libros en los que se dice que confunden realidad y ficción: todo lo que está por escrito no es ficción sino representación. Pero de todo lo que me has dicho me ha hecho gracia eso y me acuerdo que en el libro cuento lo que un señor me dijo. “Que la vida iba en serio”, decía Gil de Biedma, “se aprendía más tarde” y te lo tomabas como ¡oh! Pero ese verso, aparte de que no es de lo mejor de Gil de Biedma es una chorrada, el que tenía razón era el señor este del bar que me dijo que “la vida no era para tanto”, que es lo que me ha pasado a mí. Yo con veintipico años y con treinta también, escribía un libro y estaba desasosegado porque quería ganar todos los premios, estaba preocupado por el éxito y ahora según voy avanzando digo “qué más me da”, te das cuenta de que lo que te interesa y te importa en la vida es algo que podemos llamar felicidad y que consiste en tener a alguien a tu alrededor, en general, puede ser pareja, un grupo de amigos, familia… Te das cuenta de que eso es mucho más importante pero no mucho, mucho, sino muchísimo. Lo demás son como juegos de niños “ay a ver si me reconocen”, “a ver si me critican mal en este sitio”. Eso antes te parecía crucial pero ahora las cosas importantes no son competitivas, son puramente sentimentales. Llegar a los cuarenta y tener amigos me parece lo más importante. Si seguimos con lo de Houellebecq, llegar a los cuarenta solo, amargado y escribiendo como un psicópata porque quieres ser el nuevo Kafka del siglo XXI y pasar a la historia y morir y que te hagan una plaza, es muy triste. Es algo que yo ya no me tomo tan en serio. Así que con eso de que la vida iba en serio, estoy completamente en desacuerdo.

[Publicado en C´mon Murcia]

Entrevista a Alberto Olmos: “Hay que defender lo literario mientras podamos”